Yografía del libro
(de la tablilla sumeria a la tablilla del ipad)
Como la mayoría de los frutos, desciendo de los árboles
¡Qué prodigio un árbol! Deberíamos arrodillarnos cada vez que miramos alguno. Es la conjunción de la vida. Los elementos primordiales que lo constituyen, tierra, aire, agua y sol, perviven magnificados en toda creación: tierra fértil, vientos propicios, el río de la constancia, el fuego de la pasión. Sin ellos no surge la magia. «No sé cómo se puede pasar junto a un árbol sin alegrarnos de que exista», decía admirado Dostoievski, ese árbol ruso que estuvo plantado cuatro años en Siberia con grilletes y una bola de hierro a la canilla, acusado de subversión.
Por la pulpa del árbol corre esa sangre nutricia llamada «savia», pariente botánica de la palabra sabiduría. Luego la pulpa es sometida a un proceso de alquitara y reblandecimiento increíbles, tal cual Julian Barnes lo consigna en su libro El loro de Flaubert, al visitar las instalaciones de la enorme fábrica de papel construida en el lugar que ocupó la casa del autor de Madame Bovary. Dice asombrado: «Estuve mirando los pistones, el vapor, las tinas y las cubetas descendentes: tantísima humedad para no más de producir una cosa tan seca como el papel».