Casa Égüez abre sus puertas para entregar el Premio La Linares
Entrevista realizada por Leonardo Parrini al Director de la Casa Égüez para la Revista Rocinante #102
El anfitrión de Casa Égüez me recibe en su mesa de trabajo, hecha de roble en estilo rústico, en la que un Quijote de larga figura vigila junto al inseparable Sancho. Iván Égüez es un idealista que cree en los lectores y en algunos escritores predilectos.
¿Naciste en este barrio?
No, nací donde hoy es la Cancillería. Era una quinta de mi abuelo y él la permutó por una parte del pasaje Najas (contiguo a la Basílica) y unas casas de la calle Carchi. Najas construyó el Palacio Najas, la actual Cancillería.
¿Y lo de la infancia?
Estudié en la Escuela Espejo que queda al frente, una escuela maravillosa que tenía una gran biblioteca, una sala de cine, un museo ornitológico, un mariposario, un laboratorio de Física y Química, una enfermería y un gabinete dental, tres patios, cancha de básquet y posteriormente piscina. Actualmente funciona ahí el Colegio Simón Bolívar. La casa siempre estuvo en mi memoria, pero nunca imaginé esta especie de Itaca donde, seguramente, pasaré trabajando el tiempo que me quede de vida.
¿Escribiendo, leyendo, conversando?
Sí, el trabajo del escritor tiene otras horas de vuelo. No todos se dan cuenta de que cuando un artista está mirando el horizonte está trabajando, aunque sea como inspector de atmósferas, pero está trabajando, porque uno escribe o pinta o compone música, no solo cuando tiene los dedos sobre el teclado, o el pincel en la mano, sino cuando la cabeza se va llenando de palabras, de imágenes, de reflexiones y de proyectos que en determinado momento se convierten en textos, en cuadros, en actividades, es decir, en realidades.
¿Estás haciendo realidad algo acariciado desde hace tiempo?
Sí, es la materialización de un sueño que no tenía un lugar concreto. Pero, como digo siempre, para que las cosas existan primero hay que soñarlas.
¿Por qué ese matiz entre la casa física y ese no lugar?
Eugenio Espejo decía que las ciudades no son las casas, las plazas o las calles, sino las gentes que las habitan; glosando su pensamiento diría que las casas no son las paredes y el techo, sino el abrigo que brindan, la hospitalidad que ofrecen. La idea primordial de “casa” es el dolmen megalítico, un espacio de protección, de encuentro.
En esta época, donde la vida cotidiana es más bien bulliciosa y a empujones, Casa Égüez está concebida como un remanso, un sitio discreto, amigable, donde se pueda (h)ojear un libro o mirar un cuadro, una escultura, tomarse un café, escuchar música a un volumen que permita conversar.
¿Por qué el nombre de “Casa Égüez”?
Bueno, Casa Égüez fue fundada por mi abuelo Alejandro en 1906, quedaba en el Palacio Municipal y era la casa comercial que importaba artículos para caballeros, en especial los famosos sombreros Stetson, ahí se reunían los diputados para el conchabo antes de entrar a las sesiones. Pero aparte de eso que es solo un detalle de época, la casa fue adquirida por la Corporación Eugenio Espejo, que es un proyecto cultural conformado por mi familia. Mi hijo, que es economista, es el actual presidente, y mi hermano Pavel el vicepresidente. Escogimos ese nombre como cuando escogemos uno para una colección o para una revista. La casa, en su patio principal tiene un mural del Pavel, pintado al fresco, sobre el tema de los migrantes que mueren en el mar antes de alcanzar las costas. Yo digo en sordina que la casa es una obra de albañilería para dar soporte al mural. Pero no hay duda de que se trata de una obra que respetando las características estructurales de la casa patrimonial, la ha acondicionado a las necesidades de un centro cultural. Estuvo a cargo de Guido Díaz, un buen arquitecto, un buen cuentista y un mal “calculista” porque costó más de lo que estaba programado.
Tiene espacios de multiuso para auditorios, salas de exposiciones o para determinadas ferias y eventos. Tiene un altillo de entrepiso, todo de madera, construido con vigas diagonales como cuadernas de barco. No viviré aquí, pero podrán hospedarse por unos días escritores o escritoras, amigos y amigas de la poesía. Tendrán dónde hacerse un café y dónde reposar después de andar por las calles de Quito.
Y, sobre todo, espacios para libros, los que podrán ser prestados, comprados o canjeados. No tendremos todo desde el comienzo, pero poco a poco la iremos completando. La cafetería, por ejemplo. Por ahora tenemos la anatomía, falta la fisiología. No tenemos la ayuda de nadie. Los usuarios serán nuestro mayor estímulo.
¿Hay una vinculación con el barrio?
Es una intervención cultural en el barrio. Casa Égüez será la casa de los libros y, por feliz coincidencia está en el barrio donde se los produce, sector conocido como América por sus calles que llevan el nombre de países o ciudades del continente, asentamiento de más de un centenar de imprentas, talleres y negocios que tienen que ver con la actividad editorial, fruto del emprendimiento vocacional, familiar, muchas veces hereditario, de sus dueños. Las primeras dos imprentas surgieron en la calle Juan Larrea y Riofrío de propiedad de Guillermo Rodríguez y Marcelo Paredes y, a partir de allí, crecieron otros negocios del sector editorial.
Iván Égüez afirma: “estos son los verdaderos emprendedores, la mano de obra calificada en labores editoriales. Ellos, junto a los pequeños editores deberían de ser los beneficiarios directos de cualquier política cultural. Cuando la Ley habla de “industria editorial” se debe de pensar en los verdaderos emprendedores, trabajadores y agentes editoriales y no en los industriales gráficos de los grandes negocios.
Leonardo Parrini
Leer la entrevista completa en la Revista Rocinante.